Al acercarme a la zona ya empecé a sentir el mal rollo, motivado principalmente por la ingente cantidad de rumanos que se amontonaban por los alrededores, como cucarachas haciendo corrillo en torno a ese infecto agujero de miseria.
Conforme me acercaba al umbral, comenzaron a rodearme rumanos para preguntarme que qué iba a vender y si llevaba móvil, pero me escabullí como el negro de la noche de los muertos vivientes cuando los zombis lo rodean, pero usando mi altivo y distinguido porte y mi intimidatoria y penetrante mirada para ahuyentarlos, en lugar de una antorcha.
El olor de aquel sitio era indescriptible. La peste que desprendían los gitanos y demás infraseres que allí se amontonaban apenas me permitían contener las ganas de vomitar, pero logré reprimir estoicamente mis nauseas y aguanté durante casi una hora entre aquella caterva de inmundos y malolientes patanes. Aquel rebaño estaba compuesto, sobre todo, por gitanos nacidos en España, panchitos, y alguna que otra señora española venida a menos que seguramente debía desprenderse de sus joyas, vago recuerdo de una época en la que un lugar como aquel en España era inimaginable.
Finalmente llegó mi turno, y tras mostrarle la cámara al dependiente, se la llevó sonriente para que la examinara la supuesta fotógrafa experta de la trastienda. El tipo apenas se inmutó cuando me dijo que me ofrecía veinte euros por ella. Obviamente me fui de allí sin siquiera despedirme.
Me senté en un banco a pocos metros de la entrada para sosegarme, y en breves instantes me vi rodeado de rumanos que pretendían que les mostrara lo que había tratado de vender. Uno de ellos era un gordo con una camiseta de tirantes llena de lamparones. Mientras me hablaba recogió una botella de agua tirada por el suelo, y sin ningún reparo vació los restos de agua que todavía contenía para enjuagarse las manos y frotarse la barriga con las peziñas todavía húmedas tras levantarse la camiseta a pocos centímetros de mi cara. Ahí exploté y tras un par de improperios, me fui a mi casa.
Solo quería compartir mi indignación con vosotros, y abrir un pequeño debate en torno a nuestras experiencias con ese microcosmos de marginalidad llamado Cash Converters, fiel reflejo a pequeña escala de lo que ha llegado a ser esta tierra de la que antes me enorgullecía y que ahora solo me causa asco y vergüenza.
Gracias por vuestra atención, hamijos, y perdón por el tocho.
RESUMEN: PONED EXPERIENCIAS DEMIGRANTES (O EPIC WINS) EN EL CASH CONVERTERS.
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