jueves, 23 de junio de 2011

La historia de cómo pasar de tener un 0 a un 10.

Esta historia se remonta a mi época de estudiante, donde mi capacidad mental todavía estaba en pleno desarrollo y mi cuerpo todavía conservaba todas sus facultades, es decir, que me ha pasado esta mañana. Llegué a clase sobre las 8.35 aunque no tenía clase hasta las 9 en punto. Allí me encontré con algunos de mis amigos, en la puerta, repasando para el examen. Normalmente estudiamos de 9 a 2 de la tarde, pero hoy solo teníamos que ir para hacer el último examen, antes de pasar por fin a nuestras merecidísimas vacaciones.
Tras unos minutos repasando el temario, nos decidimos a entrar en clase. Poco después estábamos todos sentados y el profesor nos repartía el examen de filosofía. Mi asombro fue máximo al ver que solo tenía una pregunta. Una simple y llana pregunta. Fácil -pensé yo, antes de escribir ni siquiera el nombre-. La pregunta merecedora de los 10 puntos era: ¿Que es la nada?. Todos mis compañeros empezaron a razonar y a plantear y redactar la respuesta. Yo en cambio no escribía.

Medité una media hora, hasta que decidí entregar mi examen y salir fuera. Mis amigos me miraron con una expresión de perplejidad en sus caras. ¿Dónde va este tan rápido? –pensaron en sus adentros-. No les culpe, puesto que algunos llevaban ya más de una página escrita por las dos caras, intentando explicar que era la nada. Yo en cambio no había escrito ni el nombre. Esperé fuera y conforme iban saliendo mis compañeros, todos hacían la misma pregunta: ¿Qué has escrito? ¿Cómo has acabado tan rápido? Mi respuesta siempre era la misma: No he escrito nada.

No me dijeron nada tampoco, pero la mayoría de ellos pensó que estaba loco.
Por la tarde volvimos a clase, a por las notas, y el profesor entregó los exámenes corregidos. Conmigo se tomó un minuto. MAG21, no has escrito ni el nombre –me dijo- pero éste era tu examen.
Al devolvérmelo vi que había escrito mi nombre, en color rojo, y también el número 0, rodeado por un círculo. Por que estoy suspendido –pregunté yo-. Es obvio –respondió el profesor a lo que yo le volví a responder que no lo entendía-.
Me miró perplejo, como si mi nota no fuese la que esperaría alguien que no ha escrito ni el nombre en su examen.
Usted pidió que explicase la nada, como concepto. Esto es la nada –empecé y por su mirada noté que ponía cierta curiosidad en atender mis palabras-. Creo que esto es la mejor definición para su pregunta. Mientras todos mis compañeros le han contestado un algo, yo le he enseñado lo que es “nada”, esta es la realidad y esto es la nada.

Sus ojos denotaban interés, y su cerebro empezó a maquinar.
Cree usted que merece aprobar? – me preguntó-.
No lo creo, lo sé –respondí sin titubear-.
Tiene usted razón –dijo mientras escribía un 1 delante del cero, dentro del circulito-.

Cuando salí de clase le desee que pasara un buen verano. Él no me respondió, al menos no al momento, así que estaba saliendo ya por la puerta cuando oí su voz.
Espero que haga algo productivo este verano, no se lo pase entero sin hacer nada –dijo finalmente-.
Esbocé una sonrisa. Tranquilo profesor –le dije- sus clases son las únicas en las que no hacer nada me sale bien.

Un examen arriesgado:


Hacía mucho frío, y esa mañana me había levantado muy temprano para repasar los cinco temas que supuestamente entrarían en el examen. Desayuné un bollo con chocolate y me fui para clase. El examen era a primera hora.

Nuestra aula de estudio está en la planta baja, por lo que da directamente al patio. Ese día Álex no asistió a clase, pero eso es otra historia. Todos estábamos ya sentados en nuestros pupitres cuando apareció el profesor. Saludó brevemente, insistió en que guardáramos todo lo que teníamos en ese momento en las mesas y repartió los exámenes. Como no, solo había una pregunta. Escribí mi nombre y la fecha, seguidamente leí la pregunta: ¿Que es el riesgo?
Hacía mucho frío, aunque la calefacción estaba encendida. Mis compañeros empezaron a escribir, yo en cambio pensaba: ¿quiere de verdad saber lo que es el riesgo? ¿se lo podría demostrar?

No habían pasado ni 5 minutos cuando le dije al profesor, en voz alta, que ya había acabado. Me miró sorprendido. Le entregué el examen y salí por la puerta, veloz como un rayo. Él miro al folio, que solo contenía una frase escrita:

El riesgo es esto.


Cómo Alex aprobó filosofia, aún habiendo faltado ese día:

Al contrario de lo que todos piensan, Álex se levantó a las 5 de la mañana ese día, para dar un último repaso al temario, antes de presentarse al examen. Al final no pudo asistir, como ya comenté, pero fue por un motivo, y es que ese día conoció a la que para él es la mujer más maravillosa del mundo. Conoció a la que seguro será la madre de sus hijos. Pero esa historia ya os la contaré más adelante. Como no se presentó a clase, le dieron filosofía por suspendida y tuvo que recuperar todo el curso. Se preparó mucho el examen y finalmente llegó el día. Había mucha gente recuperando. El día antes yo me había permitido el lujo de darle un consejo: sé breve –le dije-. El profesor repartió los exámenes, y como ya viene siendo habitual en sus pruebas, solo contenía una pregunta: ¿Por qué?

Álex no sabía que escribir, pero después de hora y media tenía más de dos folios escritos por las dos caras, como casi todos los alumnos que se encontraban allí recuperando. No sé que le impulsó a lo que hizo, pero supongo que recordó mi consejo y, tras mucho meditar, dejó todo lo que llevaba escrito y escribió en el examen: ¿Y por qué no?

Entregó el examen y se fue, aunque sufrió mucho los días que pasó a la espera de la corrección. Aunque él se presentó a recuperación, a final de curso ambos tuvimos la misma nota final.

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