Carlos David García Fernández tiene una cualidad: no se comporta como un político al uso. Héroe o pirómano (ha merecido ambos calificativos estos días), desprende naturalidad. Y eso explica cómo y por qué ha llegado hasta donde está. Es un hombre de 32 años, menudo, delgado (ha perdido más de 10 kilos en los últimos tiempos) que en apariencia hace la vida de cualquier joven de su edad, hecho que se puede corroborar en un paseo por Bilbao, donde puede afirmarse, sin riesgo a equivocación, que conoce a un buen número de camareros. Simpático, de sonrisa fácil, vive estos días abrumado por lo sucedido hace una semana. Mujeres de cierta edad le saludan y le besan por la calle con afecto maternal. Probablemente a él le gustaría que esa admiración se la prodigaran las más jóvenes, pero no es una estrella del fútbol, a pesar de que estuvo a un paso de pertenecer al Athletic. Es una estrella de la política en estos días. Lo es desde el momento en el que como único concejal del Partido Popular en Elorrio dio su voto al PNV para desalojar a Bildu de la alcaldía y hubo de salir entre insultos y amenazas de la sede consistorial.
Cuando dio su voto el pasado sábado al PNV, la reacción de los simpatizantes de Bildu no se hizo esperar. Le insultaron, le escupieron, le cantaron el Eusko Gudariak, sin reparar en que él se puso a tararearlo ("me la sé de memoria y es una bonita canción"). Respondió en euskera a algunos insultos. En ese escenario callejero, es evidente que Carlos García sabe moverse. Y valor no le falta.
Cuando dio su voto el pasado sábado al PNV, la reacción de los simpatizantes de Bildu no se hizo esperar. Le insultaron, le escupieron, le cantaron el Eusko Gudariak, sin reparar en que él se puso a tararearlo ("me la sé de memoria y es una bonita canción"). Respondió en euskera a algunos insultos. En ese escenario callejero, es evidente que Carlos García sabe moverse. Y valor no le falta.
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